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A 258 años de la expulsión de los jesuitas

El 3 de julio de 1767, una orden real cambió la historia del Virreinato


Buenos Aires, 3 de julio de 1767 — Un día como hoy, hace 258 años, se produjo uno de los hechos más trascendentales del período colonial: la expulsión de los jesuitas de Buenos Aires y de todos los territorios bajo dominio español. Esta acción fue ordenada por el rey Carlos III como parte de una estrategia política más amplia que afectó a toda la monarquía hispánica.

La medida, conocida oficialmente como la Pragmática Sanción de 1767, fue ejecutada con absoluta reserva. En la madrugada del 3 de julio, autoridades coloniales notificaron de forma simultánea a los miembros de la Compañía de Jesús su inmediato destierro. En Buenos Aires, al igual que en otras regiones del virreinato, los jesuitas fueron sorprendidos y escoltados hasta el puerto para ser embarcados rumbo a Europa, sin permitirles recoger pertenencias personales ni despedirse de sus comunidades.

La Compañía de Jesús había desarrollado una profunda influencia en los territorios americanos desde su llegada en el siglo XVII. Fundaron colegios, iglesias, misiones y reducciones, especialmente entre las poblaciones indígenas guaraníes, con quienes establecieron relaciones complejas pero decisivas para la evangelización y el control territorial de la Corona. Su poder económico, sus tierras, y su autonomía fueron motivo de sospecha por parte de sectores tanto civiles como eclesiásticos.

Carlos III, impulsado por las ideas del absolutismo ilustrado, consideró que los jesuitas representaban un obstáculo a la centralización del poder real. Presionado por ministros reformistas y en medio de conflictos políticos con la orden —como el Motín de Esquilache en 1766, que algunos atribuyeron a influencias jesuíticas— el monarca optó por una medida tajante: la supresión de la Compañía de Jesús en todo el imperio español.

La expulsión dejó un vacío profundo en el ámbito educativo y misionero. Escuelas y universidades quedaron acéfalas, y muchos pueblos indígenas perdieron a sus principales guías espirituales y sociales. Los bienes confiscados de la orden fueron incorporados a la Corona, pero su administración posterior generó múltiples conflictos y corrupción.

Este suceso marcó un punto de inflexión en la historia colonial, debilitando estructuras religiosas tradicionales y acelerando los cambios sociales y políticos que, décadas más tarde, desembocarían en los procesos independentistas.

Hoy, 3 de julio, se recuerda aquella madrugada de 1767 como el inicio de una nueva etapa en el Virreinato del Río de la Plata, y como un episodio clave para comprender las tensiones entre Iglesia, Estado y sociedad en los albores del mundo moderno hispanoamericano.

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