El 25 de mayo de 1810, el nombramiento de Belgrano, como vocal de la Primera Junta, fue un motivo de sorpresa, “…pero era preciso corresponder a la confianza del pueblo, y me contraje al desempeño de esta obligación…” ®
No era hombre de gobierno para épocas revolucionarias, pero tenía la fortaleza del sacrificio y del deber.
Nacido en el seno de una familia de prósperos comerciantes del Río de la Plata; abogado y economista, recibido en España, luchó en pro de reformas económicas y contra el monopolio peninsular desde su puesto de Secretario del Consulado, en el Río de la Plata, a favor del cultivo de los campos, la representación de los hacendados, la libertad de comercio y la necesidad de una mayor educación.
En septiembre de 1810, cuando tenía 40 años de edad, recibió un nombramiento que lo convirtió en jefe de un ejército revolucionario con apenas 200 soldados de la guarnición de Buenos Aires, y con la misión de llegar al Paraguay para invitar a su pueblo a seguir el ejemplo de Buenos Aires; lograr adhesión a la causa de la Revolución de Mayo; reunirse en asambleas, designar diputados para formar un Congreso, y decidir el futuro de la región. Convaleciente, diagramó su itinerario. Partió desde Buenos Aires hacia San Nicolás de los Arroyos, adonde llegó el 28 de septiembre de 1810.
Él mismo nos ha dejado escrito en su autobiografía el motivo por el que aceptó aquel cargo militar y la, al menos, fatigosa expedición: "… porque no se creyese que repugnaba los riesgos, y que sólo quería disfrutar de la capital". ®
En San Nicolás de los Arroyos, sumó 357 hombres a su fuerza, de los cuales 60 eran veteranos del Regimiento de Blandengues de la Frontera.
De ellos dijo: "Los soldados todos son bisoños, y los más, huyen la cara para hacer fuego".
Respecto del armamento de los citados, agrega: "... las carabinas son malísimas y a los tres tiros quedan inútiles". ®
Desde San Nicolás de los Arroyos continuó hasta Santa Fe; cruzó el Río a mediados de octubre de 1810, para llegar a la Bajada del Paraná, y allí amplió el número de sus hombres.
A fines de Noviembre, con su pequeño ejército, atravesó el río Corrientes a nado por el paso de Caaguazú; y por el camino del centro salvó los esteros que desaguan en la laguna Iberá, llegando, en los primeros días de diciembre, a la costa del Paraná, frente a la isla de Apipé.
El nuevo cruce del Paraná lo realizó a mediados de diciembre de 1810 a partir de la antigua capital misionera Santa María de la Candelaria (actual Provincia de Misiones).
No tenía embarcaciones y tuvo que construir botes de cuero, canoas y balsas de madera, para pasar a sus hombres, y una balsa, mayor que todas, para poder soportar un cañón haciendo fuego; pues se esperaba que el desembarco tendría lugar a viva fuerza.
El Paraná tiene frente a la Candelaria novecientas varas de ancho, y el caudal de las aguas dando más rapidez a las corrientes en aquel punto, hace que con balsas sólo pueda atravesarse recorriendo diagonalmente una extensión como de legua y media, a fin de poder tomar puerto en un claro del bosque llamado Campichuelo, posición que ocupaba la avanzada paraguaya.
Con estas disposiciones, Belgrano se preparó, en tierra paraguaya a abrir la campaña que iba a poner a prueba el temple de su alma y el de sus soldados.
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